Estábamos en una sesión de coaching en un estadio de atletismo, y Fuensanta dijo: “No puedo correr ni saltar porque tengo un dolor crónico en la rodilla y la cadera izquierda”.
Al pedirle que hiciera algunas “sentadillas”, toda su pierna izquierda tembló mucho y sus movimientos tenían un alcance limitado.
"Ves, te lo dije... es imposible para mí".
Desde mi punto de vista, había un miedo casi “paralizante” a apoyarse en su extremidad inferior izquierda.
Después de esto, cambiamos de ejercicio.
Al acabar la sesión, de camino al coche pasamos por una mansión gigantesca. Tenia un jardín con palmeras, una fuente, estatuas...
Tuve la impresión de estar pasando por un palacio.
La guinda era una piscina con vistas panorámicas a la montaña.
Sin embargo, yo era el único que podía apreciar este espectáculo porque había un muro de aproximadamente 1,85 m de altura (sí, mido 1,95).
Le describí lo que veía a Fuensanta. Ella expresó su asombro y también su frustración por no poder verlo.
Le dije: “qué pena” y seguí mi camino. Unos segundos más tarde oí un ruido detrás de mí, y cuando me di la vuelta la vi saltando en el suelo como un canguro diciendo: "oooh, es magnífico, ¡tenías razón!"
Yo le dijé con una gran sonrisa "pensaba que no podías saltar!"
Ella se detuvó, mirándome y tapándose la boca con la mano: “es verdad!…” ¡y se echó a reír!
Hay veces nuestros pensamientos nos hacen proyectar las memorias y creencias del pasado en el futuro, limitándonos: "no voy a poder, no es para mí, eso me va a doler con la rodilla que tengo etc".
Al contrario, el instante nos murmura una cosa: hazlo ahora y verás después.
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