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La llamada del cuerpo

Al principio del año 2000, Grant Achatz era un joven chef con una creciente reputación en Chicago.

Grant trabajaba 18 horas al día y apenas dormía. Esta dinámica no estuvó exenta de consecuencias. Empezó a notar un molesto dolor en la lengua a la hora de comer cosas ácidas. Un dentista constató que se estaba mordiendo la lengua probablemente por sus altos niveles de estrés.

Grant lo entendió, pero tenía un negocio que gestionar, una reputación que mantener en lo más alto y, sobre todo, un sueño en mente.

Su sueño era tener más libertad para crear sus propios platos.

Y se hizo realidad cuando conoció a Nick Kokonas en 2005, que le propusó abrir un restaurante. Ofreciéndose para financiar y gestionar el negocio. Sobre todo porque Grant ya parecía al borde del agotamiento.

Los siguientes dos años , el nuevo restaurante se convirtió en un lugar de referencia no solo en Chicago sino en todo el país.

Grant vió cómo su trabajo era impulsado a la vanguardia de la escena gastronómica cuando recibió su primera estrella Michelin, y su restaurante dentro de los 50 mejores del mundo... ¡su sueño se hacía realidad!

A estas alturas Grant ya no podía casi comer ni beber, porque tragar se había vuelto insoportable.

Pero mantener vivo su sueño era más importante que sus problemas de salud.


Llegó un momento que parecía un "adicto": se le empezó a caer pelo, pálido, ojos rojos y perdiendo peso. Nick, su socio, estaba muy preocupado pero seguro de que Grant no estaba abusando de ninguna droga. Le preguntó a Grant qué pasaba, y él le confesó que no se estaba alimentando bien por el dolor en la boca. Incluso tenía vergüenza de mostrarla.

Cuando Nick le vió la lengua, se quedó tan asustado que le aconsejó ir directamente a un especialista en biopsias.

Efectivamente le diagnósticaron "cáncer de boca". Requería cirugía que le quitaría parte de la lengua, mandíbula y cuello, y aún así tenía un 30% de posibilidades de sobrevivir.

Si esa era la única salida, Grant prefería rendirse.


La universidad de Chicago se enteró de su caso y le propusó un tratamiento experimental de quimioterapia, sin cirugía.

Si bien el proceso tuvo exito, supuso la pérdida de su sentido del gusto.

Un chef incapaz de saborear sus platos... ¡qué ironía de la vida!

Afortunadamente los sabores fueron volviendo con los meses.


¿Hasta dónde tiene que llegar mi cuerpo antes de que yo realmente le preste atención?

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